Entonces dijo al lobo:
-Estos ojos ya no te buscarán. Y esta boca anhelante se secará, lo presiento. Estas manos serán despojadas de toda posibilidad de florecer. Y estas piernas fuertes se cerrarán para empezar a correr. Lejos de ti, lobo. Lejos de ti. Me iré. A otro bosque. Sí, a otro. Me cansé de esperar a que, por fin, te decidas a comerme.
Mientras guardaba sus cosas en la valija, el lobo miraba fijamente los zapatos de charol rojo. Después, se secó las lágrimas con el reverso de su peluda mano sin que ella lo viera, claro, porque ya estaba cerrando la puerta.