Los niños aman las fábricas.
No tienen que ir a la escuela. A veces ganan dos o tres dólares diarios y con frecuencia les permiten trabajar siete días por semana. Maravilloso dinero de bolsillo para comprar juguetes o cajas de cartón, que son techos ideales para la vivienda familiar. En la mayoría de las fábricas también se juegan juegos arriesgados: no caerse en la maquinaria, no triturarse los dedos. Con las puertas bien cerradas, y esas paredes macizas y sin ventanas, son tibias y acogedoras, sobre todo en verano.
Muchos adultos paternalistas y adinerados, sobre todo los extranjeros, quisieran que los niños dejaran de trabajar en las fábricas. Esos adultos perezosos no saben competir. Tienen miedo de la economía global. Mantienen a sus hijos encerrados en escuelas. Es mucho más divertido dejarlos jugar en fábricas.
Tomado de Diccionario del que duda de John R. Saul (ud. no puede, no debe dejar de leerlo!).
Agradecimientos: a macachin15, a Voltaire y a Ambrose Bierce