Me sangran los oídos. Cuando lo vi, muerto, sentado, esperándome en ese banco en el medio del patio, no escuché nada más. Sus ojos se movían desesperados y sus labios hacían muecas. Me sangran los oídos y a él las palabras. Se le descuelgan de la boca y chocan contra el piso. Caen lentas como hojas, pero se hacen añicos como vidrio.
Está muerto. ¿Y yo?