domingo, 16 de marzo de 2008

Lengua muerta




Imagen: La muerte de Marat de J.L. David


De las cartas de Oscar Wilde a Lord Alfred Douglas:


Quizás sepa de ti mañana. No puedo soportar tu tristeza e infelicidad: porque no puedo remediarlas. ( Carta del 5 o 6 de noviembre de 1894)


El dolor, si vuelve, no permanecerá para siempre; ciertamente, un día tú y yo nos encontraremos de nuevo, y aunque mi rostro sea una máscara de pesadumbre y mi cuerpo esté decrépito por la soledad, tú y sólo tú reconocerás el alma que es más hermosa porque encontró a la tuya. (Carta del mes de mayo de 1895)


Oh, la más querida de las criaturas, si alguien herido por la soledad y el silencio llega a ti, deshonrado, de risible linaje para los hombres, oh, tú podrás al tocarle cerrar sus heridas y rehabilitar su alma que la desdicha había por un instante ahogado. (Carta del 20 de mayo de 1895)



Me acosté al lado del cadáver. Pensé que aún podía ser testigo de tu último destello. Mi única obra, despedazada sobre el parquet.

Mientras esperaba, morí. Sentí el abandono. Los fluídos se solidificaron y se convirtieron en cristales filosos que laceraban por dentro y dejaban rastros comprometedores en la habitación. Evidencia incriminatoria.

La vista se nubló y los escasos objetos que poblaban mi llanura baldía quedaron marcados en mi retina como figuras de azúcar.

Yaciendo sobre el piso de madera presentí al niño alado. ¿Vino a participar expectante de mi descenso al infierno? No, quizás, a guiarme.

Nosotros atados, esposados, unidos por otro mientras él reía y mostraba sus dientes hermosos como la definitiva y perversa salida divina. Con ellos logró que abriera mi mano seca. Un débil y crepitante movimiento permitió que una gota (la última) se deslizara y regara el tenue rostro tuyo.


miércoles, 5 de marzo de 2008

Especies


Al final, siempre al final. No porque fuera malo, sino porque lo había elegido. Podía darme ese lujo, si, y me complazco al complacerme siempre que puedo. Me complace ella - culándome sobre la mano, en esta ocasión.

Antes que yo había tres o cuatro personas, no lo recuerdo bien porque no es importante (al contrario del criterio cuantitativo y generalizador que "ella" manejaba en ese momento). Sin embrago, en el fondo también había tres "personas" que, a pesar de acompañarme, no se complacían en complacerse. Lo natural se opone a lo artificial. Yo era innatamente natural. Ellos no percibían la naturalidad de mis ideas innatas (pero no innatistas). ¡Alienados! ¡Alienados! ¡Álienes! ¡Qué descalificación a la naturaleza humana! Naturaleza que yo defendía a ultranza y que, incluso, me hacía meter en terrenos inaccesibles por hallarse cubiertos de troncos y hiedras, mohosas piedras y verdes, jabonadas.

Adelante estaba aquella flaca mujer (¿cómo olvidar ese rostro?). No, creo que su rostro era imperfectamente olvidable frente a su voz. Era una aguja de tejer. Ella la introducía en los oídos de todos y no paraba hasta que viera correr por las mejillas un escalado mar rojo. Yo había optado por evadirla porque, luego de un tiempo, ya no fue sólo la aguja, también era la madeja de lana amarronada imposible de ovillar la que era introducida en algunos de mis compañeros.

Por eso, yo estaba al final, siempre al final. No porque fuera malo, sino porque lo había elegido.

lunes, 3 de marzo de 2008

Confusión


Imagen de Helmut Newton







We can cap the old times, make playing only logical harm But she can read, she can read, she can read, she can read, she's bad she can read, she can read, she can read, she's bad You go stabbing yourself in the neck it's in the things that she puts in my head Her stories are boring and stuff, she's always calling my bluff